Dios nos pide que tratemos con Él
«SEÑOR, escucha mi voz por la mañana; cada mañana llevo a ti mis peticiones y quedo a la espera».
— Salmo 5:3 NTV
En tiempos de tristeza (v. 1), qué fácil es sentir un dolor generalizado y no abrir la boca, no atreverme a poner el dedo en la llaga, quejarme de que nadie me entiende, y proteger la herida como si fuese «mi tesoro». Dios no quiere que el monstruo crezca en mi cabeza sin que le saque una foto mental y se lo describa.
«¿Qué quieres que haga?» le preguntó Jesús al ciego, aún cuando la petición era obvia. Me pide que identifique esas peticiones y necesidades por sencillas y evidentes que sean. O por complicadas que sean. Nombra, identifica, abre la boca, ven a mí... Trata conmigo.
Y después la espera. Porque esta no es una conversación de esas en las que cada comentario de tu amigo ha sido una excusa para hacer un puente y seguir hablando tú, sacar tu basura y ya está.
Quedo a la espera de su intervención, consuelo, reprimenda, presencia, mano sanadora, corrección, alivio, sabiduría, dirección, silencio... de su agua que fluye para vida eterna.
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