Un amor épico: todo lo que le pedimos al amor
«Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!»
— Lamentaciones 3:23
«Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor».
— Gustavo Adolfo Bécker
Nacemos con un deseo intrínseco que se refleja en todos nuestros grandes romances. Queremos añadir eternidad a nuestro amor. Queremos un amor que trascienda la muerte.
La Biblia nos recuerda que el amor de Dios es el único amor que no desemboca en una despedida forzosa.
Pero no solo queremos un amor que dure para siempre: ¡queremos profundidad!
Cuando Dios nos habla de su amor, no comunica escasez. No se trata de un amor que no llega, de un conocimiento superficial, de una compasión general por las masas. Su amor nos alcanza: ¡es grande!
Pero por si no fuera suficiente, todavía hay más. Un gran amor eterno es de cuentos y películas, pero no es nada práctico. ¿Quién lo quiere para su vida diaria? Este no suele ser un amor que limpia el baño y te paga las facturas.
El gran, inagotable amor de Dios sí que es renovable y diario. No es la promesa de unas bondades futuras lo que emociona. Aquí y ahora, todos los días, ese amor épico se rebaja a mi vida cotidiana, me sostiene, me acompaña y me susurra su juramento de fidelidad eterna.
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