Dios marca la diferencia para entrar en modo Braveheart
En el primer libro de Samuel, un príncipe harto de una guerra interminable decide espiar un destacamento invasor de unos 600 soldados. Acompañado por su escudero, decide realizar una misión imposible: retar a estos enemigos situados en lo alto de un peñasco.
En una escena digna de Braveheart, los invasores les invitan a subir hasta ellos porque «tienen algo que decirles» y Jonatán, el príncipe, le dice a su escudero, «Sígueme, porque el Señor los ha entregado en poder de Israel». El texto relata que subían trepando con manos y pies, y a los filisteos que iban cayendo delante de Jonatán, el escudero los iba rematando por detrás. Fue tal el pánico que cundió en aquel destacamento, que esta incursión fue el primer paso hacia una gran victoria.Antes de realizar lo humanamente imposible, Jonatán le dice a su escudero: «... quizá haga algo el Señor por nosotros, pues no es difícil para el Señor salvar con muchos o con pocos».
«Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros».
— Salmo 18.29
En este versículo de los Salmos, «asaltar» implica escalar, e igual que Jonatán y su escudero, no hay manera de llegar a la cima que no sea trepando. Primero tuvieron que superar la gravedad con su fuerza física, un esfuerzo descomunal. Pero no eran unas olimpiadas. Nadie aplaudía mientras intentaban superar la superficie vertical, más bien sus enemigos estarían disparándoles flechas, lanzando piedras… Jonatán y su escudero eran un blanco; luchaban contra la gravedad, luchaban por su vida. Cuanto más avanzaban, más se centrarían los enemigos en abatirles.
Pero «con mi Dios asaltaré muros». Dios no necesita los mismos recursos que necesitamos nosotros para asegurar una victoria.
A menudo cuando nos enfrentamos a grandes retos en la vida, Dios no hace que amaine la oposición. No es extraño que la tormenta empeore, que el Enemigo se enfurezca más; que según avancemos, el problema al que nos enfrentamos se multiplique por cinco. A menudo implica que saquemos fuerzas de donde no las hay, y a menudo significa que es igual de difícil retroceder que avanzar. No tenemos escapatoria.
Pero «con mi Dios», las misiones imposibles son posibles. Él es quien marca la diferencia.
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