A ti que te has quedado a medio camino
A ti que me dices que ya no crees, que ya no tienes a Dios en tu vida… te quiero susurrar que la vía es de doble sentido.
Hace años conseguiste ese billete de ida sin cuestionarlo. Te subiste al autobús en buena compañía. Con Dios. Hacia Dios. Rodeado de los que iban con Dios.
Surgieron preguntas. Surgió la vida. En ese autobús en el que ibas te daban respuestas que no te dejaban satisfecho. A veces no solo insultaban tu inteligencia, sino que herían la sinceridad de tu corazón.
Los pasajeros del autobús siempre varían. Algunos no piensan. Otros tardan en pensar. Algunos disfrutan vociferando en los asientos de atrás y otros callan en los rincones, observando. Algunos son tontos pero inocentes, y otros son muy listos y nada inocentes, y posiblemente se hayan colado sin billete.
A ti te acabaron agobiando todos, y de repente todo parecía demasiado complicado. Te empezaste a marear, te aplastaba el mismísimo aire y los colores del paisaje se nublaban.
A fin de cuentas, ¿quién era ese conductor? Dios. No lo siento. No lo conozco. No lo quiero conocer. O sí… pero está tan lejos.
Te bajaste del autobús en plena carretera. Otra vez con la mochila a cuestas. ¿Fuiste de los que les costó darle al botón de parada? Quiero creer que sí. Tras bajarte, te quedaste anclado al asfalto con los ojos inundados de lágrimas mientras el autobús se alejaba y se hacía un diminuto punto en el horizonte. Soltaste un suspiro de alivio y tragaste una bocanada de terror. Diste media vuelta y empezaste a caminar en dirección contraria.
Por ese camino no vuelvo.
Y es cierto, no volviste.
Pero no es porque seas cabezón. Es porque en la vida, sencillamente, no volvemos porque no podemos. Cada paso es una huella imborrable en la Historia.
Sin embargo, hoy me acuerdo de ti y, con el corazón en la mano, te quiero recordar que esa carretera es de doble sentido: tú te alejas del corazón de Dios, pero su corazón no se aleja de ti.
El autobús que desapareció en el horizonte se dio media vuelta y te espera en la siguiente parada... siempre en la siguiente, siempre en la que tienes por delante.
Nunca puedes ir demasiado lejos.
Nunca es demasiado tarde mientras tengas aliento.
Y nunca hay que volver a ningún sitio. Tus piernas ya están cansadas, y no te pueden llevar hasta allí.
¿La mochila? Ya no tienes que llevarla a cuestas. Solo tienes que dejarla caer, y Dios la llevará por ti.
¿Las preguntas? Házselas a Él. Todas. Sin temor y con la confianza de que Él conoce tu manera de pensar y no te pide que aparques la inteligencia. Te puedes fiar de Él. Puedes saber que es real. Le puedes pedir lo imposible.
¿Los compañeros de viaje? Cuando te vuelvas a subir, los verás con nuevos ojos.
De tu boca sedienta, solo tiene que salir un «sí, quiero», y Él se encargará del resto.
Foto: Annie Spratt / Unsplash
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