Cuando duele lo que Dios está haciendo en tu vida
De niña vivía en un bajo que era más bien oscuro. Las macetas venían a mi casa a morir, así que al final mi madre desistió. A mí, medio-dríada, lo que me consolaba era el almendro que tenía fuera al pie de la ventana de mi cuarto. Tan enamorada me tenía ese almendro que en primavera le escribía odas a lo Ana de las Tejas Verdes.
Pero el jardinero de nuestro bloque era un personaje. Estaba convencida de que lo que más le emocionaba en la vida era la época de la poda. Él y su motosierra. Se pasaba todo el año con la ira contenida, con fugas ocasionales en forma de bronca a los críos del barrio. Cuando llegaba la poda, explotaba. Atacaba al almendro en plena catarsis, y yo no podía ni mirar. Tras la motosierra, reinaba un silencio sepulcral, y me armaba de valor para contemplar mi precioso almendro hecho un pobre tronco con muñones. Con las vistas desde mi ventana infinitamente desmejoradas, era hora de sacar papel y boli y escribir una necrológica, ya que estaba segura de que este año por fin, el almendro la palmaba. Pero siempre sobrevivía.
Cuando descubrí a Dios como labrador en Juan 15:1-2, siempre me imaginaba a un jardinero más manso que el nuestro. Al hacerme más mayor, sin embargo, me empecé a dar cuenta de que cuando Dios podaba, era doloroso. A veces el trabajo que Dios hacía en mi vida se parecía bastante a una poda con motosierra. ¿Qué me había imaginado? ¿Que podaba con anestesia y bisturí?
En mi primer año de Periodismo, descubrí que los párrafos también se podaban. La primera redacción la entregué floreciente y rimbombante como el almendro en todo su esplendor primaveral. Pero el director de departamento resultó tan personaje como el jardinero de mi bloque. Su motosierra particular era un lápiz rojo. Cuando me devolvió el documento, parecía que sangraba. Con las vistas de mi profesión infinitamente desmejoradas, pensé en escribir mi propia necrológica, ya que estaba segura de que la palmaría en esa primera clase de la carrera. Sin embargo, sobreviví.
A diferencia del jardinero que nunca llegué a conocer, me relacioné casi a diario con aquel profesor. Pude ver de primera mano su entrega y pasión por la fidelidad a los hechos, el arte de escribir, y nosotros sus estudiantes. Empecé a vislumbrar que, al igual que la poda, la corrección profunda, en ocasiones casi violenta, era necesaria para producir impacto y cambio duradero.
Dios no es menos jefe de redacción. Más bien nos ama tanto que no permitirá que escribamos nuestra propia historia sin cuidado.
Tampoco es menos jardinero. Más bien nos ama tanto que no dejará que nuestro almendro crezca salvaje.
La entrega y pasión de Dios es total al perfeccionarnos como seguidores de Jesús. Si le vemos de lejos, a menudo no comprendemos sus acciones. Pero al conocerle, empezamos a entender su carácter, su amor auténtico por nosotros y por el mundo.
Foto: Belén Martín / Unsplash
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