Paz para la ciudad que sufre
Cuando la pandemia arrasó en España en marzo 2020, recordé Isaías 26:3:
«Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado». En otra versión: «Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía». Y sigue: «Confiad en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna».
Sonaba bien, pero ¿se podía aplicar a la crisis en mi ciudad y país? ¿O era un espejismo, otra promesa vacía de campaña electoral?
Lo primero que sorprende de Isaías 26 es su contexto de ciudad. Si buscas el versículo en internet, lo encuentras superpuesto en paisajes idílicos, la mayoría exentos de seres humanos. Sí, Isaías 26 es una canción, pero no es el Salmo 23, en plena naturaleza con campo y corderitos. No es un Salmo 8 que contempla alucinado un cielo estrellado. Es una canción que se dedica a una ciudad futura tan espectacular que se merece un himno, y a la vez una balada realista que no olvida de dónde venimos.
Describe una ciudad que sufre, una ciudad donde no siempre reina la paz. Donde hay injusticias, débiles y desvalidos. Donde hay personas orgullosas que se enseñorean de otras. Habla de maldad, tribulación, castigo, hasta de cadáveres. Isaías 26 entendía mi ciudad que sufría no solo los efectos de una pandemia, sino también la injusticia que gobierna nuestros corazones.
Pero Isaías 26 no se queda en la identificación, la empatía; va más allá, aportando esperanza, retratando una nueva ciudad cuyo muro es la salvación de Dios. Cualquiera que se ampare bajo su sombra, ya tiene nuevo pasaporte y acceso a la ciudad que tiene como fundamento al Señor, la Roca eterna.
Esa Roca primero fue desechada cuando Jesucristo fue expulsado de otra urbe, Jerusalén. Permitió que la justicia cósmica cayera sobre Él, pagando por nuestra rebelión contra Dios. Con su muerte y resurrección aseguró nuestra valiosa ciudadanía. Al que se vuelve a Él, no solo lo llama ciudadano, sino hijo.
Jesús hace que nuestros valores den un vuelco bajo esta nueva ciudadanía. Como nos recordó, el pobre de espíritu es rico. El que lloraba recibe consuelo. El humilde lo posee todo. Y sobre todas las cosas, reina la paz. No es un producto, la paz; es su presencia, la presencia del que dijo, «Mi paz os dejo, mi paz os doy»: doble, perfecto, como dice Isaías 26:3, «completa paz». La relación con Jesús genera perseverancia, un deseo de vida diferente, una confianza plena, y todo se sella con su paz.
Al recordarnos en quién confiar, Isaías 26 no olvida la dificultad ni le quita hierro al sufrimiento de nuestras ciudades, pero mantiene viva la esperanza dentro de nosotros.
¿Tienes tu ciudadanía segura? Y si la tienes, ¿la valoras a diario?
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