Presta atención a tu hambre

Un sábado por la mañana, nuestro hijo jugaba en el suelo del salón. A su corta edad estaba muy metido en su mundo de carreteras y efectos especiales. De vez en cuando, también le sonaban las tripas. Arriba había comida en la mesa y solo tenía que levantarse para empezar a desayunar. Justo estaba pensando, Le dejo otro rato, y le vuelvo a recordar que desayune, cuando se adelantó y se levantó. 

¿Fue directo a la mesa? No, seguía en su mundo, sin ver. Pasó la mesa de largo y empezó a pasearse moribundo.

¿Tienes hambre? le pregunté.

¡Estoy muerto! me dijo—. ¡No he desayunado! 

Suspirando, a un paso de la tumba, se dejó caer sobre un sillón.

Claro, en seguida respondí lo evidente: Mira, ya está en la mesa, como todos los sábados. Solo tenías que levantar la vista. ¿No me has oído llamar?

¿Sabes qué? Le entiendo.

A veces tampoco levanto la vista ni oigo que nadie me llame. Yo también me entretengo con todo lo que tengo delante: familia, trabajo, problemas...

Mientras tanto hay una caverna en mi interior que solo crece hambrienta pero que dejo en modo espera, contra toda lógica. Hasta que empiezo a desfallecer moribunda. El desmayo espiritual me obliga a levantarme, buscar, clamar como en el Salmo 63:

Oh Dios, tú eres mi Dios; 
yo te busco intensamente. 
Mi alma tiene sed de ti;

todo mi ser te anhela, 
cual tierra seca, extenuada y sedienta.

El desierto que rodeaba al autor, el Rey David, reflejaba su ser. El hambre espiritual había podido con él, haciéndole pasear moribundo, anhelante. Dicen que quizás escribiera este poema durante el golpe de estado de uno de sus hijos, tras tener que fugarse de la capital. En este trance, David busca a un Dios que parece distante, pero al final levanta la vista y encuentra comida espiritual, exclamando: 

Tú me satisfaces más que un suculento banquete;
 
te alabaré con cánticos de alegría.

El texto podría aludir a otro acontecimiento durante su amarga huida: al llegar a una ciudad segura, se encontró con unos amigos que le habían preparado comida, a él y a toda su tropa. Quizás David viera cierto paralelo con su experiencia espiritual.

¿Y cuál es tu experiencia espiritual? Te animo a que prestes atención a tu hambre. 

¿Te identificas más con un hijo ocupado que se olvida del desayuno?

¿O con alguien que vaga destrozado sin poder percibir la presencia de Dios tras un terrible golpe?

¿O con un comensal que se alimenta satisfecho y rodeado de compañeros de viaje?

Son imágenes distintas, pero hay una constante: siempre hay un anfitrión y una mesa lista. Es una realidad que no cambia pese a la distracción, la depresión o el deleite. En la Biblia vemos que Dios siempre, siempre está convidando, y ¡de qué manera! Nunca invita solo a un piscolabis. 

Así que estés donde estés, ¿levantarás la vista?

Es venir a mesa puesta, y el Padre ha estado llamando un buen rato. 


Foto: Brooke Lark / Unsplash

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