La oración en tiempos de máxima tensión

Sin duda, eran tiempos de máxima tensión. Hechos 12 narra el martirio de Jacobo, el primer apóstol en ser ejecutado. En un gesto claramente político, Herodes detiene y prepara al siguiente, Pedro. Es en este contexto de pérdida y angustia que leemos que los cristianos se juntaron para orar constante y fervientemente a Dios por Pedro. 

«Constante y fervientemente» (o «sin cesar», en otras versiones) es ektenos, que a su vez tiene que ver con ektenes, un término médico que describe el estiramiento del músculo hasta el límite. Lucas utiliza la misma palabra al describir la oración agónica de Jesús en Getsemaní.

Hay momentos en la vida en los que orar de esta manera, con cuerpo y espíritu en máxima tensión, es como respirar. Solo hay una necesidad imperante: un clamor que, si no sale por la boca, saldrá por los poros. No queda otra alternativa. La oración urgente funciona como la adrenalina que mueve nuestro cuerpo físico en momentos de extrema necesidad, estemos preparados o no.

Pero lo cierto es que, aunque la adrenalina se dispare en una emergencia, si estoy débil, mi cuerpo acabará desplomándose. Da qué pensar, también en el terreno de la oración. La oración es súplica, plegaria, intercesión, pero también carrera de fondo: oraciones que despegan de una fe nutrida, preparada, flexibilizada para aguantar y estirarse al límite mucho antes de que lleguen los momentos de máxima tensión

¿Y si Dios no nos contesta en tiempos de máxima tensión, a pesar de un extremado esfuerzo? La autora Madeleine L'Engle escribió en una de sus memorias sobre la enfermedad agonizante de su marido, cuando falleció a pesar de las muchas oraciones que se elevaron a su favor: «No tenemos que entenderla [la intercesión] para saber que la oración es amor, y el amor nunca se desperdicia».

A mí personalmente me deja muda pensar que, aunque en ambas ocasiones se ejerciera ektenos, tanto en la Iglesia atribulada, como en un Jesús angustiado hasta el límite, la respuesta negativa no la recibió la Iglesia en esta ocasión, sino el propio Hijo de Dios. 

El amor nunca se desperdicia. Gracias a Él, y gracias a esa negativa, tú y yo tenemos el privilegio de relacionarnos con Dios, tanto en tiempos de máxima tensión como en los momentos más cotidianos de nuestra vida.


Foto: Claudia Wolff on Unsplash

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