Cuando sufrimos vacío existencial

 «―Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna».

— Juan 4:13-14

¿Es posible no sentir sed jamás? Si abrazamos la fe en Jesús, ¿significa que nunca sufriremos vacío existencial? 

El texto bíblico de «sed llenos», en presente continuo en griego, nos debe dar una pista. Nuestro viaje no termina cuando conocemos a Jesús. Acaba de empezar. 

En un sentido, no sentimos sed jamás. Algo ha cambiado en nuestro ser más profundo: nuestro yo se ha rendido a Dios. Él nos ha librado del mal que arrastramos y que nos hunde día a día, y lo notamos. Donde había sequía, donde no se podía sostener vida auténtica, de repente brota un manantial de agua viva que lo llena todo de frescura y verdor. Sucede tal como escribió G. K. Chesterton: «El gozo, que era la pequeña publicidad del pagano, es el enorme secreto del cristiano». Ese gozo auténtico a menudo llega en un estallido al rendirnos a Dios. Pero ese gozo será puesto a prueba, esa nueva vida sufrirá embates, y sentiremos siempre, por lo menos aquí y ahora en las condiciones presentes, la necesidad de beber honda y repetidamente de la única fuente que sacia.

Me han ayudado estas palabras de una señora que conocí que fue misionera protestante en Japón durante muchísimos años. En uno de sus libros, In His Hands, Madge Beckon reflexionaba sobre su experiencia:

Me avergonzaría contaros todos los detalles, pero fui misionera durante años antes de que me quedara clara la verdad sobre la oferta tan plena que hace Cristo en cuanto a su agua viva. 

Por fin me di cuenta de que nuestra sed es algo continuo. Los profundos anhelos que tenía, los sentimientos de soledad, insatisfacción, celos, preocupación, quejas, etc., eran evidencia de que yo no bastaba, que no era autosuficiente. Se trataban de los recordatorios de Dios de que todavía necesitaba beber a diario. 

Fue entonces cuando, de manera muy sencilla, me acerqué a Él, tal como lo había hecho para creer en Él muchos años antes; le ofrecí mi vaso y le dije: «Tengo sed, Señor, por favor dame de beber». El agua viva se encuentra en la Palabra viva.


La sed es una necesidad constante que Dios ha creado para mantenernos yendo constantemente a Cristo por agua. En lugar de desanimarnos por nuestra sed, debemos acudir sin reparos a Cristo en busca de su agua.

Y si todavía no estás ahí, recuerda algo maravilloso: si podemos acudir a Jesús en busca de su agua, es porque Él nos busca a nosotros para ofrecérnosla. Nunca estás fuera de su alcance, como tampoco lo estuvo una mujer solitaria y destrozada junto a un pozo palestino. Te animo a responder como ella: «Señor, dame de esa agua».


Foto: Jacek Dylag / Unsplash

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