Danos cada día nuestro pan cotidiano

Solo alguien especial o pesado sería capaz de sacarme de la cama a medianoche.

Felizmente, se trata del primer caso. A la luz de la luna, noto a Natán más corpulento, y se me pega el polvo del camino al abrazarle. Las altas temperaturas le habrán hecho arriesgar un viaje nocturno. No me puedo creer esta visita inesperada tras años sin vernos.

Mientras charlamos, subimos a la estancia única de mi casa. Mi primogénito se despereza, pero los pequeños siguen roncando. A estas horas, no los despertaría ni el paso de una centuria. 

Mara, mi esposa, rebusca en la despensa, lanzándome una mirada desesperada. Con suerte, Natán cenará dos aceitunas. Mi mujer puede hacer milagros con unas sobras, pero, aunque consiga disimularlas en un potaje, no hay con qué llevárselo a la boca. ¿Qué va a hacer Natán, bebérselo? No tenemos pan.

Es inconcebible recibir mal a un huésped, pero el problema son las horas. ¿A quién puedo pedírselo? Ninguno de los vecinos que se me ocurren son una propuesta ideal.

De repente recuerdo al Maestro, recién instalado en nuestro pueblo con sus discípulos. Su fama le precede, y hay quien insinúa que es el Mesías. Yo no me atrevo a opinar todavía, pero pienso en las parábolas que he oído. De la nada, recuerdo un dicho suyo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá la puerta. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y al que llama, se le abre».

Mi indecisión se esfuma, y salgo a hacer el recado. Pero al acercarme a la casa del Maestro, trago saliva. ¿En qué estaría pensando? ¿Me doy media vuelta? 

Algo en mí insiste: «llamad, y se os abrirá...»

El vecino inoportuno, William Holman Hunt (1895)

¿Qué es lo que veo? Una tenue luz emana por la rendija de la puerta entreabierta. ¡Qué alivio! Evitaré dar porrazos y despertar a la casa entera.

Asomo la cabeza: —Shalom, ¿hay alguien despierto?

Un hombre sentado en la entrada se levanta en seguida, como si estuviera esperando.

—Amigo, justo iba a salir a pasar tiempo con mi Padre, pero antes quería darte algo.

Me extiende un paquete de tela y levanta una esquina del paño: pan recién horneado. Se me remueven las tripas.

—Con tres tendréis suficiente, ¿verdad?

Me toca el brazo al pasármelo, infundiéndome un ánimo profundo. Sale conmigo y cierra la puerta. 

—¿Nos vemos mañana en la sinagoga? Hablaremos del pan de vida—. Percibo su sonrisa en la oscuridad.

Me he quedado sin habla. Abrazado a los panes, solo consigo asentir vigorosamente, y me quedo ahí clavado hasta verle desaparecer entre los olivos. Abandonaría los panes y le seguiría, pero recuerdo a nuestro invitado.

Rumbo a casa me doy cuenta de que ni le he dado las gracias. Se las daré mañana, en la sinagoga. No me lo perdería por nada en el mundo. Al fin y al cabo, te puede sacar de la cama alguien especial, pero solo alguien muy especial se desvelará por ti.


***

Para J, que fue tu idea. Y por todas esas preguntas tan buenas que nos hacemos cuando leemos la Biblia juntas. Que haya muchas más.


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