Tocando fondo
No sabes cómo has acabado colgando de un precipicio.
A veces estamos mucho más cerca del precipicio de lo que pensamos. La vida nos empuja inexorable hacia ella. A veces tomamos decisiones y damos pasos en falso hacia atrás. Y de un día para otro llega un impacto que no esperábamos. El golpe nos deja sin aliento, perdemos el equilibrio y caemos.
Aquí colgando, solo sientes la adrenalina, los músculos tensos, la respiración entrecortada. Hueles la tierra húmeda pegada a tu cara. Sientes cómo resbala el sudor desde tu cuero cabelludo. Tu cerebro te ordena que sobrevivas, y tu cuerpo intenta obedecer. Has gritado, pero no responde nadie. Ahora procuras conservar fuerzas, serenarte para lo que venga, pero no puedes. Nadie te ha preparado para esto.
Tus dedos rígidos se sueltan, y tu cuerpo se desploma al vacío. No puedes ni describir la sensación de infarto inicial, pero no te has desmayado, sigues consciente. Todo está negro. No ves las paredes ni tu cuerpo, solo sientes el vértigo de la caída. Pronto te estrellarás, y no sabes qué ocurrirá después. Has intentado rezar, pero solo sale un gemido.
...
No sabes cuánto tiempo llevas aquí. Has tocado fondo, y no sabes si estás vivo o muerto. Aquí tendido boca abajo, no sientes dolor, solo un abandono absoluto. Algo se parte en ti y consigues lo que no has podido hacer en meses: llorar. La angustia se expande desde tu estómago hasta la punta de tus dedos. No tienes fuerzas para levantarte.
Entre sollozos escuchas un suave «¿dónde estás?».
Dejas de llorar en seco, levantas la cabeza un centímetro. ¿Estarás alucinando?
—¿Dónde estás?
No sabes quién te habla, pero te aporta tranquilidad. Es una voz amiga.
—No lo sé —susurras—. He tocado fondo.
Aquí, en el agujero más hondo del planeta, la oscuridad ha perdido su terror y te envuelve con suavidad. La voz vuelve, y no discute contigo: —En el fondo, estás sobre una roca. Y ya no puedes caer más allá de la Roca.
La Roca. De repente sientes lo que rozan las palmas de tus manos, y tu cerebro por fin lo capta, con sorpresa. La Roca no está fría ni embarrada. Es cálida, sólida y, sobre todo, mucho más grande que tú, más grande que la vida.
Ya no tienes dónde caer.
Tus manos siguen plantadas en la Roca, palpándola, asegurándote. De su calidez emana energía. Notas que tiene irregularidades. ¿Líneas? Las trazas con las yemas de los dedos. Cicatrices. La Roca viva que te sostiene ha sido rota, agredida. Consigues sentarte lentamente mientras tus lágrimas caen y empapan sus surcos.
Mucho tiempo después levantas la vista a la noche estrellada que se asoma por la boca del pozo. Dejas que te atraviese su belleza, y recuerdas una profecía:
«Pongo una piedra de cimiento en Jerusalén, una piedra sólida y probada. Es una preciosa piedra principal sobre la cual se puede construir con seguridad. El que crea jamás será sacudido».
Foto: Tobias Tullius / Unsplash
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