La amistad que mejor sostiene

 «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; os he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir os lo he dado a conocer».

— Juan 15:15  

¡Qué privilegio estar en el círculo más íntimo! Al abrazar a Jesús, no es solo que sea mi amigo, sino que me considera amiga: una posición de privilegio, intimidad, cercanía, seguridad.

No nos ha escogido como plantilla para hacer más cosas, como empleados que desconocen lo que ocurre en las altas esferas. No, somos sus amigos — como los amigos más cercanos de los novios el día de la boda, que colaboran honrados, conociendo su corazón, propósitos, deseos, gustos.

El insulto que usaron contra Jesús, «amigo de pecadores», es una de sus miles facetas nobles. Abraza y eleva a los que no solo andábamos lejos de su entorno y ajenos a su persona, sino que además éramos hostiles hacia Él. No nos deja como lacayos perpetuamente agradecidos, sino que dice, «sois mis amigos», con sus hechos como testimonio: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos».

Un amor tan incondicional nos afianza con una seguridad tremenda, pase lo que pase. La amistad de Jesús es un tesoro incluso más precioso durante tiempos difíciles. 

Joseph Scriven terminó la carrera en Dublín a principios del siglo XIX. Con 22 años se disponía a lanzar un negocio y casarse con su novia. Pero cruzando un río a caballo la víspera de la boda, la novia se cayó y se ahogó mientras Scriven miraba desesperado desde la orilla sin poder ayudar. Después de emigrar a Canadá, se enteró de que su madre en Irlanda estaba gravemente enferma. Desde su fe, le escribió un poema, «Orad sin cesar». Scriven se volvió a enamorar, pero su prometida contrajo neumonía y también murió. Roto, dedicó el resto de su vida a enseñar, predicar y cuidar de los necesitados. Sufrió de mala salud y depresión al final de su vida y murió ahogado a los 66 años.

Tras filtrarse el poema «Orad sin cesar» a un periódico, el compositor Charles Crozat Converse lo transformó en el himno conocido hoy a nivel mundial, «¡Oh qué amigo nos es Cristo!». Durante años su autoría se atribuyó a otro, mientras el predicador D. L. Moody utilizaba tantísimo el himno que una nación entera acabó por memorizarlo. A pesar de ser el escrito más conocido de la literatura canadiense, Scriven nunca buscó la fama. Solo se descubrió su autoría en sus últimos años de vida. Cuando un vecino le preguntó por ello, Scriven replicó,  «Lo hicimos entre nosotros, el Señor y yo».

«Entre nosotros», entre amigos: la amistad más sólida que lo sostuvo durante una vida de lamento. 

¡Oh qué amigo nos es Cristo!

Él llevó nuestro dolor,

Él nos manda que llevemos

Todo a Dios en oración.

¿Está el hombre desprovisto

De paz, gozo y santo amor?

Esto es porque no llevamos

Todo a Dios en oración.


Foto: Dolo Iglesias / Unsplash

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