Dios y mi fatiga

 «Pesadas son las imágenes que por todas partes llevan; son una carga para el agotado».

 [Os] «he cargado desde el vientre, y he llevado desde la cuna. Aun en la vejez, cuando ya peinéis canas, yo seré el mismo, yo os sostendré».

 — Isaías 46:1-4

Isaías 46 describe el viaje de un pueblo destinado al cautiverio, una mudanza que incluye unas imágenes físicas pesadas que representan sus dioses falsos que no han levantado ni un dedo por ellos y que ahora suponen una carga que hay que arrastrar. Para desplazarlas un solo paso, hay que emplear medios adicionales, como bestias de carga. Sin trabajo, tiempo, dinero, esfuerzo, energía o estrategia, los ídolos no llegan a ninguna parte. Dependientes absolutos que lo exigen todo y aún así fallan, son una carga para el que ya está agotado

Si viajamos por la vida con nuestros ídolos, tenemos que arrastrarlos a todas partes. Siempre exigen más de nosotros: más y más trabajo, tiempo, dinero, esfuerzo, energía, estrategia… Atan, consumen y exigen, aplastándonos y hundiéndonos con su peso, solo para fallarnos: perfeccionismo, imagen y culto al cuerpo, seguridad económica, control, autorrealización, diversión y placer, éxito académico o laboral, familia, relaciones sentimentales, poder, atención y fama, comodidad, validación externa… Cuánta fatiga impregnan en nuestro ser hasta el final de nuestros días.  

Y Dios, ¿qué?

Isaías dice que el Dios auténtico, a diferencia de los dioses falsos que drenan nuestras fuerzas, sostiene a las personas incluso antes de su primera bocanada de aire. Su naturaleza es diametralmente opuesta a la de los ídolos. Se pone a disposición de las personas. Él lleva el peso de todo lo que somos día a día, incluso antes de conocerle. La carga de nuestro pecado también la llevó en la cruz, permitiendo que le hundiera, con tal de quitarla de los hombros del que ya no quiera llevarla y se vuelva a Él. Es el Dios que nos invita a echar sobre Él nuestras cargas, no el dios que tenemos que cargar sobre nuestras espaldas, hundiéndonos bajo su peso, inmóvil e impotente. Su compromiso con las cargas de nuestro ser y el peso de los años es fiel hasta nuestro último aliento. 

Por eso mismo la carga que pone sobre sus seguidores es ligera, pidiéndoles que también ayuden a llevar las cargas de los demás: porque Él nos lleva a nosotros y todo lo que llevamos entre manos. Qué cansado está el niño, volviendo del colegio, llevando a espaldas la mochila — ¡menuda diferencia cuando su padre lo lleva en brazos! Aunque el niño siga con la mochila puesta, ya no pesa igual. Todo descansa en su padre.

Este es el Dios que, lejos de cargarme más, me carga a mí para siempre. Si no lo has hecho todavía, te invito a que hoy mismo tú también levantes los brazos para que te recoja.


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