La justicia última como consuelo

Un cristiano ucraniano enumera lo que le sostiene ahora sin noticias de sus familiares en una ciudad asediada. No menciona primero el amor de Dios, ni su cuidado, ni su misericordia, sino más bien una fe firme en estos tres puntos: que la muerte no es el final; que hay un significado sobrenatural en todo lo que está ocurriendo, aunque no llegue a entenderlo nunca; y que existe una justicia última, porque si no existe, no hay justicia en absoluto.

¿Cuándo ha sido la última vez que te has aferrado a la justicia de Dios como consuelo y fortaleza? En un Occidente cómodo quizás se haya difuminado este atributo de Dios, ya sea por sentir poca necesidad o por pensar que pertenece a otra época (al Antiguo Testamento, por ejemplo). 

Dice el libro que estamos leyendo ahora en el club de lectura de mi iglesia, «Si Dios no castigara a los que hacen mal uso de sus bendiciones, abusan de su benevolencia y pisotean sus misericordias, ¿sería Él 'bueno'? Cuando Dios libre la tierra de los que han quebrantado sus leyes, desafiado su autoridad, escarnecido a sus mensajeros, despreciado a su Hijo y perseguido a aquellos por los que Éste murió, la bondad de Dios no sufrirá, sino que, por el contrario, ello será el ejemplo más brillante de la misma» (A. W. Pink, Los atributos de Dios).

Un teólogo protestante croata que vivió el conflicto étnico de la antigua Yugoslavia, Miroslav Volf, expresó algo similar respecto a la ira de Dios: «Acostumbraba a pensar que la ira  era impropia de Dios. ¿No es Dios amor? El amor divino, ¿no debería neutralizar todo tipo de ira? Dios es amor y ama a toda persona y toda criatura. Esa es exactamente la razón por la que Dios está enfadado con algunos de ellos. Mi última resistencia a la idea de la ira de Dios fue una víctima de guerra en la antigua Yugoslavia, la región de donde vengo. Según algunas estimaciones, murieron 200.000 personas y 3.000.000 fueron desplazadas. Mis aldeas y ciudades fueron destruidas, mi pueblo bombardeado día tras día, a algunos de ellos se les trató con una brutalidad inimaginable, y yo no podía imaginar que Dios no estuviera enfadado. O piensa en Ruanda en la última década del siglo pasado, ¡donde se asesinó a machetazos a 800.000 personas en cien días! ¿Cómo reaccionó Dios a la masacre? ¿Consintió a los perpetradores como lo haría un abuelo? ¿Rehusó condenar el baño de sangre, y en lugar de eso apeló a la bondad innata de los perpetradores? ¿No estaba Dios ferozmente enfadado con ellos? Aunque acostumbraba a quejarme de la indecencia de la ira de Dios, llegué a la conclusión de que tendría que rebelarme contra un Dios que no estuviera enfadado ante la maldad del mundo. Dios no se enfada a pesar de ser amor. Dios se enfada porque es amor» (El Dios que no entiendo: Reflexiones y preguntas difíciles acerca de la fe).


Foto: Hugo Jehanne / Unsplash

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