Torcidos
«...para que seáis intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella brilláis como estrellas en el firmamento...»
— Filipenses 2:15
En Más allá del planeta silencioso de C. S. Lewis, los marcianos definen a la raza humana como «torcida», y hacia el final del libro, el guardián de Marte explica la diferencia entre un ser humano roto y uno torcido, concluyendo que el torcido es mucho más peligroso porque puede hacer más daño que el roto.
Explica que la persona rota es la que se ha torcido tanto que se ha roto del todo; ya no queda nada más en ella que su vicio (por ejemplo, su codicia), que es bastante aparente, controlable y a menudo despreciable a los ojos de los demás. «En mi mundo no puede hacer más daño que un animal», dice el guardián.
La persona torcida, en cambio, rompe la ley moral, pero retiene alguna virtud. Esta virtud, sin embargo, es distorsionada por «el Torcido» (no cuesta imaginar quién es). Toma esa virtud y la corrompe hasta que se convierte en necedad, y la coloca como un pequeño dios ciego y deformado en la mente de la persona, hasta que se convierte en su Todo, su ley de vida. Convence su apariencia de virtud y grandeza, pero en su ceguera, lejos de Dios, arrasa y destruye el mundo que le rodea.
Por un lado, la palabra «roto» casi me sugiere una carga pesada que nos ha vencido, aplastando y dejándonos tumbados sin recurso alguno. Y así nos describe chocantemente la Biblia si no hemos abrazado a Cristo, como cadáveres espirituales. Por otro lado, «torcido» me evoca una planta que brota, que promete, pero que se desvía, que no se sujeta a nada, ni siquiera al apoyo vital que la reconduciría y haría más fuerte y libre a la larga.
¿Cómo enderezar lo torcido? ¿Cómo hacer entero lo roto?
Isaías 53 describe a Jesús como un vástago tierno, una planta, un brote con una trayectoria recta y firme: sin belleza ni majestad, desechado y auténticamente molido y quebrantado por el mal ajeno, pero tan recto que pudo cargar en sí mismo todo lo que está roto, mal y torcido en ti y en mí, y darnos su integridad, justicia y rectitud.
Ya bien agarrados a lo que Jesús ha hecho por nosotros, a su rectitud, la Biblia nos anima repetidamente a desechar los caminos torcidos y nos pinta un cuadro esperanzador del día en el que se desharán los nudos de nuestras sendas tortuosas. Reitera que sometamos nuestra vida a Dios cada día para así dar pasos activos y agradecidos hacia el cambio por su gracia, para que podamos vivir brillando (¡y enderezados!) «en medio de una generación torcida» (alusión a Deuteronomio 32:5, al pueblo de Dios que no actuaba como tal).
Foto: Ross Stone / Unsplash
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