Conversaciones difíciles

«Hermanos, también os rogamos que amonestéis a los holgazanes, estimuléis a los desanimados, ayudéis a los débiles y seáis pacientes con todos». 

— 1 Tesalonicenses 5:14

Querido hermano Bruto,

Es fácil quedarse en la palabra amonestación y repartir leña por doquier, pero el marco de las conversaciones difíciles es la paz y la paciencia

En su libro Sal, Rebecca Pippert describe su conversación con alguien que se recuperaba del alcoholismo. 

«Becky, parece que me entiendes, y no me siento juzgado. ¿Tú también estás en rehabilitación?»

«Sí, estoy en rehabilitación», dije. «Pero no por el alcohol. Estoy en rehabilitación por un problema mucho más profundo que el alcoholismo».

«¿Te importaría contarme cuál es tu problema?», Rick preguntó, mientras abría los ojos.

Le dije: «Estoy en rehabilitación de lo que la Biblia llama pecado. ¿Sabes por qué no te sientes juzgado por mí? Porque he aprendido que lo único que separa a las personas son sus síntomas, pero todos sufrimos la misma enfermedad de base: el pecado».

Apliquemos la misma humildad a todas nuestras conversaciones: «Por muy distintas que sean las experiencias de los demás a las nuestras, no las descartaremos ni las rechazaremos. Todos estamos hechos de la misma materia y estamos sujetos a la misma frustración. Los cristianos deberían ser las personas más compasivas del planeta» (Sam Allberry).

En este marco de sensibilidad, no existe panacea que aplicar a todos por igual. Por eso es tan bello y necesario que las conversaciones difíciles ocurran en la Iglesia multicolor, donde Dios reparte dones diferentes. Tesalonicenses nos muestra cómo responder dependiendo de la situación, desde un reto más duro, como una amonestación; a un tierno cuidado (traducción literal: rodear con un brazo); a rendir cuentas cuando se trata de debilidad (literal: hacer de contrapeso). 

Querido hermano Indiferente

Es fácil pensar que este trabajo le corresponde a otro. Si vemos a un líder apañado, suspiramos: «Menos mal que está ahí para encargarse». Y hacemos bien en estar agradecidos por nuestros pastores: «Tenedlos en alta estima, y amadlos por el trabajo que hacen» (v. 13).

Sin embargo, el v. 14 no describe solo la tarea del liderazgo, sino la de todo seguidor de Jesús: velar unos por otros, identificar necesidades y debilidades, y hacer algo al respecto. Responder y relacionarnos no es solo tarea del consejo pastoral, sino de la congregación-familia.

Querido hermano Temeroso,

Es fácil callar y otorgar. Cuesta implicarse porque normalmente para holgazanes, desanimados y débiles, ya nos tenemos a nosotros mismos. Igual no nos inmiscuimos porque ya sentimos el peso de nuestros propios problemas. Nos invade la inseguridad. «No somos nadie» para acompañar a esta persona necesitada.

No, no somos nadie; somos uno entre muchos que tienden la mano. Es hora de orar, atreverse, escuchar, fortalecer, amar.


PD

Estemos abiertos a que otro cristiano nos amoneste, estimule o ayude, incluso si no brilla por su madurez o espiritualidad. Nuestra propia ayuda siempre viene con meteduras de pata; la de los demás tampoco será perfecta, pero no por ello sobrará.


Foto: Korney Violin / Unsplash

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